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miércoles, 14 de mayo de 2008

Tarde

Un viejo letrero oxidado y maltratado por los años se bamboleaba suavemente al compás del viento, produciendo un sonoro chirrido. Aún se podía apreciar la palabra “estación” escrita en él.

El edificio del que colgaba el letrero era de piedra y destartalado, de una sola altura, no muy grande, con tejado rojo cerámico y las ventanas ennegrecidas por el paso del tiempo. Estaba situado en medio de ninguna parte, alejado de la mano de Dios y de la civilización.

Allí estaba yo, solo, en el único andén de la estación, sin equipaje alguno, esperando de pie a que pasará el tren. No recordaba cuánto tiempo llevaba en aquel lugar, pero me parecía que llevaba allí una eternidad.

- Perdone, ¿falta mucho para que pase el tren? –pregunté al jefe de estación.

- Me temo que llega usted tarde –me respondió él con cierta mueca de compasión.- El último pasó hará ya varios meses. Esta es una vía muerta, y la estación está abandonada.

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