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martes, 16 de octubre de 2012

Martini seco con aceituna (Parte II)

Interrumpí la conversación de forma indecorosa pero con todo el derecho que creí que en aquel momento me otorgaba el mundo, para evitar la necesidad de dejar la impronta del vaso de cristal que portaba en mi mano derecha sobre el ceño fruncido del enardecido interlocutor que se esforzaba en vociferar, rompiendo el armonioso murmullo de aquel bar, al cual me había acostumbrado después de cuatro o cinco pintas de bebida oscura más parecida al engrudo lubricante de los engranajes de un Panzer alemán que a cualquier cerveza que yo hubiese conocido jamás.

Quizás fue un desacierto hacerle notar la falta de respeto que estaba teniendo con el resto de parroquianos a aquel espécimen de más de un centenar de kilos, todos juntos y bien repartidos en forma de musculatura gorilesca. Quizás fue el asemejar su atronadora voz con el molesto chillido de un gorrino en matanza lo que exaspero al susodicho animalito del tamaño de un armario empotrado, y bien pudiera ser que sobrara la elucubración sobre la profesión de todas las féminas de su árbol genealógico por parte de madre y relacionar la parte paterna con homínidos subdesarrollados, pero fue demasiado tarde cuando me percaté de que bien podía salirme cara mi bravuconada, sin duda desencadenada por el alcohol ingerido y el renacer -breve- de camorrista de mi época dorada de fines de semana.

Las dudas se despejaron cuando aquel bestia aulló y reventó un palo de billar en mil astillas contra el borde de la mesa. Me señaló con él trozo puntiagudo que aún aferraba en su zarpa descomunal, y a voz en grito aseguró que se proponía a acabar con mi vida de forma dolorosa y espeluznante. He de reconocer que en aquel entonces me disgustó soberanamente la idea, pues no me había propuesto dedicarme a la cría de malvas hasta lo menos pasadas dos décadas y aún era joven y con un montón de empresas a medio terminar, la mayoría de dudosa moralidad y legalidad.

Haberme hermanado con medio gremio de estibadores del puerto durante toda la tarde a base de ofrecer cigarrillos y alguna que otra anécdota cómplice me rentó, ya que no dudaron en salir en mi defensa y sacar a relucir esas manos de pelotari que el tiempo y el esforzado trabajo en los muelles les habían conferido. El disfraz de marinero que yo lucía no había sino reforzado los lazos de compañerismo de aquellos hombres conmigo, que se mostraron animosos ante el cambio de rumbo en la velada y que se abalanzaron sobre el bruto y sus camaradas con una determinación que me enorgulleció. Me enorgulleció y sorprendió gratamente, en contraste con la actitud del impresentable de mi acompañante que misteriosamente había desaparecido de mi campo visual como de costumbre en cuanto la situación se torcía.

El mesero saltaba la barra con el ánimo pacificador de mediar en el conflicto asiendo un garrote poco halagüeño cuando decidí que la última copa aquella noche me la tomaría lejos de aquel tugurio infecto en la parte más oscura de los muelles de aquella ciudad portuaria, no sin antes prometerme volver de visita en otro momento cuando se hubiera enfriado el ambiente, después de dos siglos por ejemplo. 

Apuré la cerveza de un trago, y entrecerrando los ojos pude atisbar en medio de aquella lluvia de sillas, vasos y golpes, dónde se encontraba mi compañero de fatigas. Me abrí paso hasta él y le agarré como pude del hombro mientras él se afanaba en zafarse de mi invitación a la huida y aprovechaba la tesitura para meter mano gratuitamente a la prostituta con la que llevaba una hora regateando sus honorarios. Casi arrastrándole logramos salir por el hueco de la fachada principal que segundos antes había estado relleno de una hermosa vidriera de un color difícil de determinar, enmohecida por la humedad y la falta de higiene reinante en aquel antro.

Ya a una distancia prudencial del bar, me giré para ver que seguían enfrascados dirimiendo diferencias con frenesí a gritos y leñazos. Tambaleándonos alcanzamos nuestro coche, más bien el coche del ex cuñado de mi amigo, quien fue designado conductor por el criterio salomónico de haber "tocado teta".

-¿A dónde vamos ahora?- me preguntó, intentando arrancar el coche con la llave en el cenicero.

-A algún lugar del centro, que esta brisa marina creo que me está mareando- le espeté.- Donde sirvan Martinis secos con aceituna- añadí, sintiendo la llamada de la noche.

viernes, 17 de agosto de 2012

Un día cualquiera. Otro día más

Ayer, un día como otro cualquiera, informándome de la actualidad por canales directos como las cuentas de Twitter y las webs de la BBC, Reuters o CNN, agencias de noticias de reputada fama y no la basura sesgada que vierten los telediarios españoles polítizados y parciales, pude saber de los siguientes acontecimientos que, si bien uno a uno y por separado y conociéndolos de forma aislada sin tener ni idea del resto pudieran llegar a sobrecoger a uno, la suma de ellos estremecen y apesadumbran a cualquiera con un mínimo de sensibilidad.
  • Un avión que cubría la ruta EEUU-Rusia con más de 200 pasajeros a bordo tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Islandia por la amenaza de bomba de un llamante anónimo que aseguró que 5 maletas harían explosión cuando el avión llegase a Moscú. Se trataba de una falsa alarma, pero con los antecedentes de terrorismo en Rusia había indicios para creerla cierta.
  • Al menos 34 mineros muertos y 78 heridos en protestas por una huelga en las minas de platino de Sudáfrica, cuando la policía les ametralló/fusiló cuando cargaban contra ellos armados con palos y machetes según la versión oficial. El vídeo se puede ver en casi cualquier web de noticias, y son imágenes durísimas.
  • Más de 100 muertos (la cifra diaria por desgracia) en la Guerra Civil abierta de Siria, y cientos de heridos. Incluyendo el hermano de Assad que perdió la pierna en un atentado, y bombardeos a la población dejando más de 30 bajas civiles, bombardeos cerca del cuartel de la ONU en Damasco... Los ojeadores de la ONU abandonan el país, y anuncian que 2.5 millones de sirios necesitan ayuda urgente.
  • Una serie de coches bomba a las afueras de un café de Badgag a la hora que se acababa el Ramadán dejaron 27 muertos de la mayoría chií. Otros 32 muertos en otro atentado en Bagdag. Más de 70 muertos en total en Iraq, y 147 heridos. En la media diaria de muertos en el país, sumido en el caos y una guerra civil enquistada en Chiíes y Suníes.
  • Disturbios en Darfur, Sudán, que se saldaron con al menos 6 muertos y 12 heridos, en otra zona de conflicto permanente, pese a la escisión de parte del país y la creación reciente del nuevo estado de Sudán del Sur.
  • Al menos 7 paramilitares muertos y 3 soldados en Pakistán en un intento de asalto fallido a una base militar aérea. Mientras en el noroeste del país, milicianos Paramilitares matan a 22 personas en un atentado contra varios autobuses, sacando a los pasajeros y masacrándolos a tiros.
  • Tensión en la frontera Egipto-Israel. Después del intento fallido de hace días de un grupo ligado a Al-qaeda, que acabó con 16 soldados egipcios, robó 2 tanques y se introdujo en Israel hasta que fueron abatidos, grupos paramilitares amenazan con represalias al ejercito egipcio mientras Israel presiona al país exigiendo mayor seguridad
  • Ecos de Guerra Civil en El Líbano debido a la extensión del conflicto sirio, que ya han causado bajas entre la población. Qatar ha instado a sus ciudadanos a abandonar el país ipso facto.
  • Pistoleros atacan una prisión de Costa de Marfil y puestos militares y liberan a más de 100 reclusos. 10 soldados muertos al menos.
  • Simon Peres delara que Israel no puede ir solo a la Guerra contra Irán, inminente y que según estimaciones de Israel sólo causaría 500 bajas, y confía en el apoyo de EEUU. Ultimando detalles.
  • Julian Assange se refugia en la embajada de Ecuador en Londres. El gobierno británico amenaza con entrar y detenerle, revocando el estatus de embajada amparándose en una ley de 1987 creada a raíz del asesinato de un policía con disparos desde la embajada libia. Ecuador le da asilo político a Assange, pero Londres reniega su estatus diplomático. Crisis y cumbre entre presidentes de naciones sudamericanas anunciada para el 19 de agosto en respuesta a la posición de Londres.
  • Rebeldes en Peru matan a 5 soldados y hieren a otros 5 en la guerra (perenne) contra el narcotráfico.
  • En Lousiana, Nueva Orleans, 2 policías muertos y otros 2 heridos en un tiroteo. Dos detenidos, heridos también.
  • Al menos 11 muertos en un accidente de helicóptero en afganistán, 7 soldados estadounidenses y 4 traductores. No hay noticias de que haya sido un atentado, ni reconocimiento oficial.
  • Al menos 60 mineros muertos en la República Democrática del Congo por el colapso de una mina. Los rebeldes armados de la zona dificultan las labores de rescate.
  • Una persona abre fuego contra la oficina de una iglesia conservadora en Washington. Un guardia herido de bala.
  • Una bicicleta bomba deja 18 heridos en Afganistán, de diversa consideración.
  • Un trabajador muere y otros heridos en un accidente en una refinería en Texas.

Y todo ello en 24h. Tanta desgracia y violencia engendrada sin sentido sirve para hacerse una idea del panorama de conflicto constante en el que vivimos, del valor nulo de la vida humana, y para replantearse quizá que el exceso de información puede lastrar la "alegría" de la que disfruta uno mismo. E invita a reflexionar si no sería mejor vivir en la ignorancia de una burbuja, si la desinformación no propiciaría un estado mayor de bienestar que el que se obtiene estando al tanto de todas las desgracias y masacres diarias, o si por el contrario habría que aceptar la cotidianeidad de la violencia y asumirla como algo intrínseco a la idiosincrasia humana, intentando insensibilizarse para tratar de no ser afectado por estos sucesos, inevitables para cada uno de nosotros, o ante la imposibilidad de lograr el grado de insensibilización cubrirlos con otros aspectos más agradables de nuestra vida personal.

Pero lo que más demoledor es pensar que tan sólo fue otro día más, y que hay otros muchos desastres que no saltan a la palestra, porque no interesa o porque ya no son noticia, como la Guerra por el Coltán y otras Guerras Olvidadas: http://www.elmundo.es/documentos/2003/04/guerras_olvidadas/index.html

Tan solo fue un día cualquiera.

martes, 10 de julio de 2012

La vida, el universo y todo lo demás


Es un error creer que cualquier problema importante puede solucionarse con ayuda de unas patatas.

Por ejemplo, una vez hubo una raza locamente agresiva llamada Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax. Ese era solamente el nombre de su raza. Su ejército se llamaba de un modo enteramente horripilante. Por suerte vivieron en una etapa primitíva de la historia de la Galaxia, anterior a las que hemos encontrado hasta el momento, hace veinte billones de años, cuando la Galaxia era joven y fresca y toda idea por la que mereciera la pena luchar era nueva.

Para la lucha era para lo que mejor servían los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax, y como se les daba bien, lo hacían a menudo. Combatían también contra sus enemigos (es decir, contra todo el mundo) y también entre sí. Su planeta era un desastre absoluto. La superficie estaba llena de ciudades abandonadas, cercadas por inservibles máquinas de guerra que a su vez estaban rodeadas de hondas trincheras en las que vivían los Monomaniacos Blindados Silásticos peleándose entre sí.

La mejor manera de entablar pelea con un Monomaníaco Blindado Silástico de Striterax era haber nacido. No les gustaba, se ofendían. Y cuando un Monomaníaco Blindado Silástico se enfadaba, alguien pagaba el pato. Cabría pensar que se trataba de un estilo de vida agotador, pero parecían poseer una enorme cantidad de energía.

El mejor medio de tratar con un Monomaníaco Blindado Silástico era dejarle solo en una habitación, pues tarde o temprano empezaba a golpearse a sí mismo.

Al fin comprendieron que aquello era algo que debían evitar, y dictaron una ley en la que se decretaba que todo aquel que utilizara armas en razón de su trabajo silástico normal (policías, guardias de seguridad, maestros de enseñanza primaria, etc.) debía pasar al menos cuarenta y cinco minutos diarios dando puñetazos a un saco de patatas para descargar la agresividad excedente.

Durante una temporada aquello dio buen resultado, hasta que a alguien se le ocurrió que sería mucho más eficaz y se desperdiciaría menos tiempo si, en vez de dar golpes a las patatas, se disparaba contra ellas.

Ello condujo a una renovación del entusiasmo por disparar contra toda clase de cosas, y todo el mundo estuvo muy excitado durante semanas ante la perspectiva de su primera guerra importante.

Otro logro de los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax es que fueron la primera raza que consiguió sobresaltar a un ordenador.

Se trataba de un ordenador gigantesco, creado en el espacio, que se llamaba Hactar y que incluso en nuestros días se recuerda como uno de los más eficaces que se hayan construido jamás. Fue el primero en construirse como un cerebro natural, pues en él cada partícula celular albergaba en su interior la configuración del todo, cosa que le permitía pensar de manera más flexible e imaginativa y que, al parecer, también le puso en condiciones de sobresaltarse.

Los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax libraban una de sus continuas guerras con los Tenaces Garguerreros de Stug, y no disfrutaban tanto de ella como de costumbre porque debían efectuar una enorme cantidad de recorridos fatigosos por los Pantanos de Radiación de Cwulzenda y por las Montañas de Fuego de Frazfraga, y no se encontraban cómodos en ninguno de ambos terrenos.

De manera que, cuando los Estrangulones Estiletantes de Jajazikstak se sumaron al conflicto obligándoles a luchar en otro frente, en las Cuevas Gamma de Carfrax y en las Tormentas de Hielo de Varlengooten, decidieron que ya estaba bien y ordenaron a Hactar que les proyectara un Arma Definitiva. Final.

-¿Qué queréis decir con Final? -preguntó Hactar.

-Consulta un puñetero diccionario -contestaron los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax, precipitándose de nuevo al combate.

De modo que Hactar proyectó un Arma Final.

Era una bomba muy pequeña; se trataba simplemente de una caja de empalme situada en el hiperespacio que, una vez activada, conectaba simultáneamente los corazones de todos los soles importantes para de ese modo convertir el Universo entero en una gigantesca supernova hiperespacial.

Cuando los Monomaníacos Blindados Silásticos intentaron utilizarla para volar un polvorín que los Estrangulones Estiletantes tenían en una de las Cuevas Gamma, se enojaron mucho al ver que no funcionaba y se lo dijeron a Hactar.

Al ordenador le había conmocionado la idea.

Intentó explicar que había pensado en el asunto del Arma Final llegando a la conclusión de que si no hacía explotar la bomba no era concebible que las consecuencias fuesen peores que si la hacía estallar, y que por tanto se había tomado la libertad de implantar un pequeño defecto en el funcionamiento de la bomba con la esperanza de que todo el mundo reflexionara fríamente y comprendiera que...

Los Monomaníacos Blindados discreparon y pulverizaron el ordenador.

Más tarde lo pensaron mejor y también destruyeron la bomba defectuosa.

A continuación, tras una pausa para aplastar a los Tenaces Garguerreros de Stug y a los Estrangulones Estiletantes de Jajazikstak, siguieron buscando un medio enteramente nuevo para volarse a sí mismos, lo que constituyó un profundo alivio para todas las demás razas de la Galaxia, en especial para los Garguerreros, los Estiletantes y las patatas.

(Douglas Adams, "La vida, el universo y todo lo demás"
III parte de la "Guía para el Autoestopista Galáctico").



martes, 12 de junio de 2012

En ese preciso instante

Un impulso eléctrico. No es más que eso. Un cortocircuito, una conexión neuronal que se establece y que hace saltar el seguro que controlaba nuestra mente y que dispara el ímpetu con vehemencia en contraposición con la serenidad que nos gobernaba hasta ese momento, a veces supuesta por asir nosotros férreamente las riendas de nuestro juicio para evitar que descarrile aun conscientes de que dejándonos llevar sería todo más llevadero pese a las posibles consecuencias funestas de nuestros actos derivados.

Es en ese preciso instante cuando se dilatan las pupilas y se abren los ojos inconscientemente, amén de otra serie de reacciones y reflejos que lleva a cabo nuestro cuerpo de forma automática para pasar al estado de alerta, sin que ni siquiera podamos procesar el pensamiento de que están teniendo lugar. El dominio racional se acaba, dejando paso al estallido pasional que se desata violentamente en un torbellino descontrolado que nos inunda.

Suele ocurrir cuando una persona sometida a cierto estrés y circunstancias determinadas, generalmente opresivas y hostiles, es llevado al límite soportable y sobrepasa su umbral de aguante y deja manar sus impulsos más brutales sin ni siquiera habérselo planteado antes, obrando cegado por la pasión y con el intelecto desconectado.
La chispa que desata
Es por ello que uno no debe ir tentando ni provocando si no conoce a los que le rodean, e incluso conociéndoles, pues nunca sabe si un sujeto determinado se encuentra al borde de la frontera del frenesí ingobernable. Cualquier chispa puede encender la mecha, un mero detalle, un simple detonante que desencadene un arrebato. Es imposible saber si el que va sentado enfrente tuyo en el vagón del metro con pinta de modoso y la mirada perdida o si aquel que espera pacientemente en la cola aguardando su turno  no es sino una persona desesperada al borde de la enajenación mental (transitoria) a punto de saltar ante el más mínimo estímulo. Y eso sin entrar a debatir sobre psicopatías y trastornos mentales permanentes.

Todos tenemos un límite a partir del cual nuestros actos se tornan imprevisibles y nos convertimos al instante en bombas de relojería andantes. Muchas veces es un punto de no retorno, y sobrepasado es inviable regresar al estado anterior. Os lo digo yo, que llevo bastante tiempo al otro lado de la Línea Maginot de la cordura, todavía a varios pasos del horizonte de sucesos de la demencia más profunda, vagando en tierra de nadie, en el limbo del juicio, donde los sensatos no se aventuran salvo circunstancias extremas y los locos sólo atraviesan de paso hacia lo más recóndito e insondable de la mente. 

Y de momento no hay salida, pero estar más allá tienes sus ventajas: si uno se acostumbra puede llevar a explotarlo, y conseguir introducir cierto componente racional que le permita amansar un poco su furia y posibilite el pensamiento desde otros puntos de vista, desde otra óptica aunque sea distorsionada, discutible, reprobable o incluso punible, que pudiera desembocar en actos de semejante naturaleza.

martes, 3 de abril de 2012

Mientras tanto

La tierra sigue a su bola con el movimiento de rotación y el de traslación, y ninguno de los seres que poblamos el planeta nos percatamos. Todo continúa y da igual que en Mali haya un golpe de estado y que en EEUU, para variar, un individuo se líe a tiros en una universidad. Nada va a afectar al curso natural de los acontecimientos. Nada que esté en nuestra mano. Bueno, quizás una hecatombe nuclear titánica concentrada en un punto del planeta, por ejemplo, Teherán, consiguiera sacarnos de nuestra órbita. Pero lo dudo muchísimo.

Quizás un asteroide lo suficientemente grande impacte contra la Tierra y sí que altere de verdad la vida. Dentro de 50.000 años. O de 3.000. O de 100. Si es que va a dar igual.

Mientras tanto, que la toque otra vez Sam.

lunes, 19 de marzo de 2012

Shinto

Cuando nos anonada la desdicha,
durante un segundo nos salvan
las aventuras ínfimas
de la atención o de la memoria:
el sabor de una fruta, el sabor del agua,
esa cara que un sueño nos devuelve,
los primeros jazmines de noviembre,
el anhelo infinito de la brújula,
un libro que creíamos perdido,
el pulso de un hexámetro,
la breve llave que nos abre una casa,
el olor de una biblioteca o del sándalo,
el nombre antiguo de una calle,
los colores de un mapa,
una etimología imprevista,
la lisura de la uña limada,
la fecha que buscábamos,
contar las doce campanadas oscuras,
un brusco dolor físico.

Ocho millones son las divinidades del Shinto
que viajan por la tierra, secretas.
Esos modestos númenes nos tocan,
nos tocan y nos dejan.

(Jorge Luis Borges)

martes, 28 de febrero de 2012

Todavía y sin embargo

Los faros iluminaban en mitad de la noche un parterre de un parque público en la zona más septentrional de la ciudad. Había dejado el coche con las luces encendidas y la puerta del conductor abierta, mientras revolvía el amasijo de enseres que llevaba en el maletero. Hasta que encontró lo que buscaba. Cogió la pala y se encaminó hasta el borde de la zona ajardinada. Llegó hasta el cartel de "Prohibido pisar el cesped", se puso delante y miró el reloj. Sobrepasaba largamente la medianoche, pero no parecía tener prisa. Empezó a contar los pasos hacia el noroeste. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... hasta llegar a una zona de acacias bastantes descuidadas.

Se agachó entre los matorrales y empezó a remover la tierra aún húmeda por la llovizna del atardecer, tanteándola con la mano hasta que pareció estar conforme, y empezó a cavar. De forma acompasada y sin detenerse, dejando toda la tierra extraída en un montoncito ordenado al lado del agujero, que cada vez iba volviéndose más grande, y levantando la vista de vez en cuando para comprobar que nadie le observaba. No sabía si estaba cavando en el sitio exacto hasta que un sonido disipó sus dudas. Sacó del agujero una caja metálica del tamaño de una de zapatos, y le quitó la bolsa de plástico transparente con cierre hermético que la cubría. Y la abrió.

El contenido no le era ajeno y lo inspeccionó allí mismo, agachado en mitad de la noche ayudándose con la luz que le llegaba del coche y la que emitía el teléfono móvil. Fotos, postales y cartas antiguas, y algún que otro enser personal cargado de simbolismo. Una cálida sensación de bienestar le embargó durante esos instantes, fruto de los recuerdos que esos objetos le trajeron a la memoria. Recuerdos de momentos vividos, intensos y emotivos.

Permaneció allí de rodillas un par de minutos más, y luego guardó todo de nuevo en la caja. Excavó un poco más en el agujero y la enterró un poco más profundo de lo que estaba antes. Tapó el agujero con la tierra extraída y revolvió un poco la superficie para borrar las marcas. Deshizo el camino contando los pasos y se subió al coche. Arrancó y se marchó buscando un bar abierto a las dos de la mañana de un miércoles.