Cogí un taxi y aunque el taxista me suplicó que le devolviera el coche, me dirigí hacia la estación de tren conduciendo como un maníaco homicida en un “destruction derby”, ignorando semáforos, señales de tráfico y las típicas señoras que aparecen en todas las persecuciones de películas hollywoodienses cruzando las calles sin mirar llevando un carrito de bebé, y que obligan al héroe de turno a esquivarlas aun poniendo en riesgo su propia integridad física. Afortunadamente, las señoras gozaban de mejores reflejos que los míos, no así el caniche de una anciana que se empeñó en decorar el radiador de mi recién adquirido vehículo.
Aparqué sin ciertas complicaciones en el hall de la estación, justo dentro del escaparate de una tienda de regalos y con medio maletero en un kiosco. El tiempo apremiaba así que apenas pude robar un par de revistas justo antes de dirigirme a las taquillas. Una era de caza y pesca y la otra sobre la mujer moderna de hoy. Definitivamente, no iba a ser mi día.
(CONTINUARÁ...)