Páginas

jueves, 21 de agosto de 2008

No todo es eventual

¿Y ahora qué, eh? ¿No estaba tan loco, verdad? Aaaaaaaamigo, tú que me señalaste acusatoriamente con el dedo cual chiquillo en su tierna infancia que contempla asombrado por primera vez a un negro. Tú, incapaz de comprender el impulso primario de supervivencia que nos guía ciegamente en situaciones de peligro, consideradas a gusto de las dioptrías del protagonista de turno, y que en ocasiones podría conseguir burlar a la ramera de rostro enjuto encargada del equilibrio biológico que tanto nos empeñamos en manipular condenando así a la inexistencia a futuros descendientes, que debido al egoísmo de nuestra raza jamás llegarán a tener la posibilidad de ser concebidos.

Tú, bienvenido a la realidad, que ni es tan bonita como se empeñan en pintarla ni como nos obstinamos en considerarla cegados por el velo embaucador que nosotros mismo tejemos narcotizados por la felicidad pasajera que nos embarga con los placeres mundanos a los que nos entregamos.

La superstición otrora inconcebible y eternamente prejuzgada ultrajando a sus defensores acaba tornándose más que probable, posible, y es entonces cuando nos percatamos de que todo acontece aleatoriamente sin juzgar ni respetar a los participantes de ese macabro juego llamado azar, del que todos somos víctimas inconscientes en mayor o menor medida pese a que nadie nos pidió permiso para involucrarnos.

La paranoia puede lograr la categoría de don en este desvirtuado mundo donde arriba es abajo, blanco es negro, mujeres pueden llegar a ser hombres (que se lo pregunten al famoso intelectual brasileiro, Ronaldo) y la despiadada injusticia campa a sus anchas sabiéndose la reina del lugar.

La próxima vez que por gusto o por incompetencia os retraséis y perdáis un medio de transporte, toméis una decisión en el último instante sin haberlo meditado, os invada un deseo irrefrenable de actuar irracionalmente, os dejéis guiar por un impulso a priori incomprensible, quizás estéis regateando al destino de forma involuntaria y casual consiguiendo una prórroga que seguramente no os merezcáis. En esos momentos es el instinto el que os gobierna, aunque no alcancéis a comprender los motivos.

No se trata de suerte, pues lo que a primera instancia debiera considerarse fortuna, bien pudiera desencadenar sucesos nefastos en el futuro aunque no llegáramos a advertirlo o creerlo, o bien porque afectase a terceras personas no implicadas en el primer evento que desencadenó el posterior infortunio. Y viceversa. La causalidad es una furcia caprichosa esclava de la casualidad. No siempre escogemos a nuestros compañeros de baile en esta la siniestra danza de títeres que es la vida. Suelen estar condicionados pero no determinados.

De nada serviría aconsejar precaución y ojo avizor, pues nuestras circunstancias escapan a nuestro control y no tiene sentido vivir constantemente atormentados, ni en continua tensión ante lo que pudiera suceder para obrar de la manera más exitosa posible. Si acontece el momento, dentro de un reducido espectro de posibilidades gozaremos de cierto margen de maniobra y será entonces cuando nuestra determinación y nuestro juicio dicten sentencia. Inapelable. Por desgracia, es probable que el momento pase desapercibido y no nos percatemos de su ocurrencia, malgastando así la (única) oportunidad para decantar la balanza a nuestro favor.

Y ahora tomaré prestada una frase del autor más prolífico del mundo, Anónimo:
Vive siempre como si fuera tú último día. Tarde o temprano, acabarás acertando.

Y vosotros, Descansad En Paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario. GGGGggrrrghh...zoú!