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miércoles, 2 de mayo de 2007

Nada más que palabras


Podría hablar contigo y permanecer así para siempre, sin importarme nada del entorno, ni mis compromisos, ni mis caprichos, ni mis necesidades; sin más sed que la de tus palabras, sin más hambre que el de tus miradas. Solos, tú y yo, sentados uno frente al otro, charlando de todo y de nada a la vez, de lo divino y de lo humano, del sentido de la vida, de temas profundos y de lo más trivial que se nos ocurra. Y prolongar la conversación durante horas y horas, toda la eternidad, más allá del tiempo.

Pero tengo que conformarme con forzar encuentros fortuitos por los pasillos y por la cafetería, en cambios de clase o en horario de comidas, para poder cruzar contigo un par de míseras frases de forma presurosa y con testigos impertinentes.

En ocasiones fantaseo con nuestra conversación perpetua, a solas y al abrigo del firmamento, realizable únicamente de forma onírica en mis pensamientos. Y ese es el motivo del aumento de mis horas de sueño: hablar contigo.

Si no me quieres por príncipe, déjame ser tu bufón.