Vivo en el pasado. Y vosotros también. Todos vivimos en el pasado, no por deseo expreso, sino porque simplemente el presente no existe, es un término acuñado por la necesidad de nominar el momento en el que se vive, que en realidad ya ha tenido lugar, forma parte del pasado.
Desde que tus sentidos perciben el estímulo externo de la situación que estás viviendo, lo transfieren al sistema nervioso por el cual se propaga hasta llegar al cerebro, el cual interpreta la información recibida y actúa en consecuencia dependiendo de la naturaleza de la misma, incluyendo el traspaso de lo que está ocurriendo a nuestra consciencia y su grabación en nuestra memoria reciente que es el momento en que nos damos cuenta de lo que está pasando, transcurre un periodo de tiempo pequeño pero significativo. Cuando te percatas de lo que está sucediendo ya es demasiado tarde, ya ha ocurrido, has tardado demasiado en procesar la información que te brinda el entorno.
Vivimos con un desfase de, pongamos, un segundo, que estipulo yo que puede ser el tiempo aproximado que tardamos en realizar todo el desarrollo expuesto anteriormente, exceptuando con los movimientos reflejos pues los impulsos que los causan jamás llegan al cerebro y es la médula espinal quien responde con una acción motriz inmediata a una señal determinada que generalmente entraña peligro, un gesto que no pensamos en realizar. Es el método defensivo que tenemos para evitar algún daño o minimizarlo reduciendo el tiempo de exposición mediante la limitación del tiempo empleado en la generación de nuestra reacción, ya que omitimos el proceso mental del análisis de la situación y el pensamiento de una respuesta adecuada.
La Desintegración de la Persistencia de la Memoria (Salvador Dalí) |
Siempre tenemos consciencia de lo que ha ocurrido a posteriori. "Qué bien me lo pasé anoche", "Gran viaje hemos hecho", "Parece que fue ayer cuando empezó el curso y ya está terminando"... todas esas reflexiones se producen una vez vivido el acontecimiento, y asimilado. Al echar la vista atrás el tiempo transcurrido, ya sean segundos, días o años, nos parece insignificante y fugaz, influidos también por una memoria incompleta que se va desintegrando y corrompiendo poco a poco. No somos los dueños de nuestro tiempo. Es él el que nos domina y maneja a su antojo, y nos atropella asíduamente escapándose de nuestro control. Somos los juguetes de Chronos.
De hecho creo que es improbable que tengamos pues la certeza de que hayamos muerto cuando nuestro cuerpo exhale el último suspiro de vida. Los habitantes de Hiroshima y Nagasaki que perecieron al momento de estallar las bombas atómicas jamás supieron qué ocurrió. Dejaron el mundo sin saber que lo estaban haciendo, pues debido a la incertidumbre sobre la existencia de un más allá en principio descarto la posibilidad de una reflexión ulterior sobre lo acontecido. Los supervivientes en cambio sí que tuvieron la oportunidad de meditar y recordar lo acontecido, y algunos de ellos lo plasmaron en unos dibujos terroríficos, muchos de ellos realizados por niños. Diría que las escenas son dantescas, pero he desarrollado aversión a dicho adjetivo desde que los medios de comunicación lo han desgastado con su uso indiscriminado para describir el escenario de cualquier tragedia.
Siempre he tenido esta teoría del desfase temporal entre el desarrollo de los acontecimientos y la percepción que tenemos de ello. Hace algún tiempo leí un artículo de un científico que también la postulaba y defendía, así que me reafirme en mi creencia. No he logrado encontrar alguna fuente sobre el tema (mentira, he pasado de buscar), pero bueno, lo único seguro es que "El tiempo es el único enemigo que mata huyendo", como dijo Quevedo.
Así que corred, corred y perseguidle, que no se zafe con facilidad.